El pequeño sabía que era diferente del resto de los habitantes del poblado. Parecía como si lo hubiese sabido siempre, de la misma manera que sabia su nombre o el de su madre. Pero la certeza de aquella diferencia desconcertaba a aquel niño.
-¿Porqué no me dejas que juegue con los otros niños? - preguntaba el chico cada anochecer cuando se le permitía salir de la vivienda para hacer ejercicio a solas bajo la estricta vigilancia de su madre.
- Porque tú eres diferente- le respondía secamente.
- ¿Porqué tengo que aprender a leer esos símbolos? - preguntaba también- los otros niños no tienen que hacerlo.
- Porque eres diferente de los otros niños.- le contestaba ella. Y así hasta el día del accidente...
… Su piel bronceada de tanto trabajar al sol había sido veteada por oscuras venas. Sus negras cejas se habían espesado formando una densa línea que le atravesaba la frente,la suave e infantil redondez de sus mejillas habían dado paso a un rostro anguloso, de pómulos salientes y mandíbulas desencajadas. Sí, desencajadas, y eso debió ocurrirle durante la transformación como necesidad de la propia dentadura pues ya no cabía en su oquedad natural. Los ojos eran más grandes y se les podrían haber considerados hasta hermosos si no fuera por el fulgor rojo que desprendían, síntoma de ira, resentimiento y desconfianza por aquellos en los que posaba su mirada. Ellos, sus vecinos y conocidos de toda la vida, ellos los que lo habían visto crecer junto a su madre, ellos... los que no eran diferentes como él.
- Engañasteis a mis ojos- se dirigió la fiera irguiéndose hacia la muchedumbre presente- Practicaba día tras día, junto a ella, llegué a disfrutar de las lecciones pero como era un niño, nunca me pregunté como había aprendido todo lo que me enseñaba a mgi gr...- el coraje comenzaba a dominarlo y le costaba pronunciar las silabas. Se concentró en una imagen, y prosiguió- Vais a necesitar todas vuestras habilidades pues ya no me pienso contener más.